top of page
Yellow Rain Boots

Sobre el blog

Este blog nació para contar mi viaje a India en 2018 y se ha convertido en más que eso. Es mi forma de contar mi historia y hablar sobre mi presente para desmitificar una creencia que muchos tenemos (hasta yo) y es que la gente solo se sale de los esquemas “tradicionales”o se “reinventa” después de vivir algo trágico que lo “obliga” a ver la vida de forma distinta.

 

Y digo que también lo creo, no solo porque probablemente todavía quedan en mí pedazos de esa creencia hoy, sino porque durante un tiempo quise que me sucediera una tragedia para tener una buena excusa para buscar sentido en la vida, y ojalá encontrarlo. Veía a seres que para mí eran héroes o heroínas que habían hecho transformaciones significativas en sus vidas después de algo terrible que les había pasado, o que habían nacido en situaciones difíciles y se identificaran personalmente con causas tan importantes como el racismo, el feminismo o la libertad sexual. Y después estaba yo, una mujer totalmente amada por su familia que lo tenía todo, había nacido en una familia educada y en una sociedad que me ofrecía todas las oportunidades. Con tanto a mi favor, no encontraba la fuerza para hacer de mi vida algo significativo. Nada me faltaba.

 

Hasta que un día, mi vida se sintió como una pecera: un lugar cómodo en el que solo tenía que subir a la superficie para alimentarme y bajar al fondo para refugiarme, pero también un mundo finito e insuficiente, en el que me sentí atrapada, pero sin saber a donde ir.

 

Entonces, literalmente como Nemo en la película de Pixar, decidí salir de mi zona de confort e irme lo más lejos posible. Tengo que confesar que en ese momento no entendía nada de lo que estaba pasando ni de lo que estaba haciendo. Solo me sentí inconforme y por primera vez no me importó mandar todo al carajo. Me sentí libre y sin miedo. No tenía plan. Como quien sale la cárcel pero no tiene ni idea de cómo es el mundo afuera de ella.

 

Y me fui. Me fui (por coincidencia) al lugar que todos asocian con la espiritualidad y con el descubrimiento del ser, pero sin saber realmente a qué iba. Solo iba.

 

Y me fui. Me fui y volví. Volví sabiendo que debía y quería volver, pero sin saber por qué ni para qué. 

 

Y estuve un año quieta. En silencio. Tratando de descifrarme en medio del océano. Porque irse es cambiar de pecera; pero volver, volver es decidir nadar en el océano. El rudo océano lleno de corrientes, depredadores y cueva oscuras. Instintivamente me refugié en mi propio escondite por un tiempo, para enfrentarme a mis miedos, a mis creencias, a la imagen que otros tenían de mí y a la propia imagen que yo tenía de mí misma. Fue una montaña rusa emocional. Me enfrenté por primera vez a mis miedos, a mi ego, a mis inseguridades, a mi ignorancia y en general a mis lados oscuros. Pero entendí que a veces para ver la luz hay que estar en la oscuridad.

 

Pasé por momentos de rabia conmigo misma, con la sociedad que me rodea y con la humanidad. Todo el mundo a mi alrededor parecía tener tanta claridad sobre TODO, y en muchas ocasiones me sentí avergonzada y muy confundida. Me pregunté cientos veces qué sentido tenía vivir esta vida.

 

Hasta que me rendí. Me entregué con humildad y reconocí que no soy mi historia y que aferrarme a ella solo me limita. Me entregué a lo que la vida me pusiera por delante y reconocí que necesitaba encontrar el propósito de mi existencia, una pregunta tremendamente difícil de formular y mil veces más difícil de responder. Pero tenía una cosa clara: el sentido de mi vida no podía ser el de sobrevivir y después morir. Tampoco podía ser el tener poder, o riqueza, pero retirarme a meditar a una montaña o monasterio parecía más un escape que una decisión libre.

 

Empecé a cruzarme con gente con preguntas similares y por primera vez me sentí normal. Pero también vi cómo seres que admiraba, tomaban la decisión de quitarse la vida por no encontrar respuestas satisfactorias. Me partió el corazón. Y entendí por qué le tenemos tanto miedo a llegar hasta el fondo de nuestra existencia. Preguntarse por el sentido de la vida nos puede llevar a encontrar el amor en su forma más genuina, pero también nos puede llevar a la oscuridad total. Y es una elección.

 

Este ha sido tal vez el ciclo más difícil pero más enriquecedor de mi vida. No me tuvo que pasar una tragedia para encontrarle sentido a la vida, y estoy segura que si me llega a pasar, la enfrentaré desde un lugar muy distinto.

 

Hoy, miro hacia atrás con total gratitud y aunque aún siento algo de ansiedad por el futuro, tengo la plena certeza de que soy dueña de mi camino. Tengo tantas cosas que quiero aprender, que seguro no me va a alcanzar el tiempo, pero bueno, ya será la próxima.

 

Por ahora, tengo una misión, y es ser lo mejor que puedo ser y ojalá inspirar a alguno que otro  en el camino. A quienes les interese, prometo compartir mis aprendizajes y recibir todas las críticas, sugerencias y comentarios. Seguiré siendo la hiperactiva que siempre he sido, pero ojalá conectando las 100 actividades que suelo hacer, en un propósito común. 

 

Nos vemos en el camino…

​

​

Camila Toro Dangond

bottom of page