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India: primeras impresiones

Mi viaje empezó antes de aterrizar en Nueva Delhi, cuando en el camino oí: “When given the choice to be right or to be kind, choose kind”. Esta frase me hizo pensar en todas las veces que herimos a otros solo por demostrar que tenemos la razón, así ello no nos lleve a ningún lado. Me sentí víctima y victimaria, así me propuse escoger ser amable más seguido.


Aterrizamos en Delhi a la madrugada, después de 21 horas de vuelo intermitentes. Nos recibió un clima cálido y un hombre que explicó su nombre así: soy como El Campeador, pero con S: Sid.


En los dos días siguientes vimos un poco de la diversidad, el tamaño y el caos de Delhi, que es representativo de toda la India: una capital con 18 millones de personas en un país de 1.300 millones; 22 idiomas y 720 dialectos. Hinduismo, Sikhisimo, Islam, Cristianismo y muchas otras religiones conviven en este lugar, y aunque lo hacen en paz, se sienten las tensiones entre unos y otros por imperar sobre los demás.


La religión está muy presente en la vida de la gente. Los templos están llenos de fieles locales o peregrinos, más que de turistas extranjeros, y en su interior se ven las más altas expresiones de respeto: todos van descalzos, con la cabeza cubierta, haciendo venias o tocando el piso antes de entrar. Hay una mezcla de historia, fervor, reverencia y temor.


Después de Delhi, salimos para Amritsar y Varanasi, donde pudimos entender mejor el hinduismo y el sikhismo. Amritsar, la ciudad de los Sikhs, queda en la frontera con Pakistán (que en Hindi significa lugar de los puros), y allí todas las tardes, indios y pakistaníes cierran el día con un ritual (un poco turístico y exagerado en mi opinión) en donde se hacen demostraciones de poder y nacionalismo, pero al final se aprietan las manos en señal de amistad.


Todas las noches, en el templo dorado de los Sikhs, los sacerdotes y devotos hacen una ceremonia con su libro sagrado. Durante 45 minutos de rezos, cánticos y lecturas, el libro se descubre y envuelve en cientos de telas y tejidos para salir del templo y ser trasladado, en un vehículo de oro adornado y cargado por devotos, a los “aposentos” en los que estará hasta las 3 am del día siguiente, cuando todo volverá a empezar. Pero lo más conmovedor del sikhismo es su filantropía. En todos los templos alimentan diariamente a miles de personas sin importar su origen o religión. Los devotos no solo donan parte de sus ingresos, sino también su tiempo para cocinar, servir y limpiar cada día. No sé si dejen a otras personas no Sikh ayudar, pero quiero intentarlo por lo menos una vez cuando vuelva a Delhi.


Para finalizar esta semana, viajamos a Varanasi: la Meca o ciudad más sagrada del hinduismo. No solo es la ciudad de Shiva, el dios destructor, sino también la ciudad bañada por el Ganges, el río sagrado en donde la vida termina. Para los hindúes es mandatorio ir alguna vez en su vida a Varanasi, y muchos deciden ir a pasar sus últimos días para ser cremados en el río y así romper el ciclo de la reencarnación.


Así terminó mi primera semana en India: llena de color y de cultura. Llena de inspiración y de ilusión por contagiarme de la energía milenaria que se siente en este país. Siguiente paso, Agra y Rajasthan.



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