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Una tribu humana



Esta mañana estaba caminando por Brooklyn sin un destino particular y de repente, me encontré en la mitad de un barrio habitado totalmente por una comunidad de judíos ortodoxos. Aunque cerca a mi casa en Bogotá es posible identificar a miembros de comunidades parecidas, pues su atuendo permite concluirlo, caminando en medio de South Williamsburg me sentí como en una película y no propiamente una comedia.


Lo primero que me asombró fue que el vestuario de todos los hombres y de todas las mujeres (incluso los niños y niñas) fuera exactamente igual. Me sentí claramente diferente, aunque también estaba vestida de negro…


Verme diferente me hizo sentir en peligro. Temí que mi presencia fuera rechazada por una comunidad con reglas tan estrictas sobre la apariencia y seguramente sobre muchas cosas más.


Y ese temor me hizo caer en cuenta de la importancia de sentir que pertenecemos a algo, a algún lugar, a un grupo, a una creencia, etc. Seguramente muchos han estudiado esto antes, pero bueno, cada uno tiene su momento de descubrirlo y la sensación que tuve caminando por este lugar fue muy reveladora.


Súbitamente entendí por qué, desde las primeras civilizaciones existen guerras. Entendí por qué copiamos o seguimos a los que nos rodean. Entendí por qué parecemos tan polarizados aun cuando en el fondo queremos lo mismo. Entendí por qué los judíos ortodoxos, los musulmanes, los hindues, los sijiistas, etc, tienen una forma particular de vestirse que, más que diferenciarlos de los demás, los hace sentirse similares entre ellos. Entendí por qué en muchas ciudades hay un China Town. Entendí por qué la gente de Rosales se opuso a tener vivienda de interés social en el sector. Entendí por qué los papás recomiendan “casarse” con el vecino.


Nos da miedo la diferencia. Nos sentimos amenazados por lo desconocido y por los desconocidos. Y lo más curioso es que pasamos la vida tratando de diferenciarnos porque queremos destacarnos, pero al tiempo nos da pánico ser diferentes. Ya no sé si eso es contradictorio o absurdo, pero claramente es confuso.


Creo que entiendo por qué, cuando el planeta era un lugar tan grande y la naturaleza indomable, teníamos una necesidad imperiosa por pertenecer a un grupo local. Y también entiendo la necesidad actual de tener una familia, un grupo de amigos y hasta un grupo de seguidores en redes sociales.


Entiendo la importancia de pertenecer. El poder y la magia de los grupos, o tribus, es que sus miembros cuidan el uno del otro. Se protegen, se ayudan y además tienen reglas que les permiten no solo sobrevivir en el presente, sino también en el futuro.


Pero lo que no entiendo es por qué hoy, en un mundo tan globalizado y conectado, nos seguimos sintiendo tan amenazados por otros. No entiendo por qué no somos capaces de sentirnos parte de un único grupo que es la especie humana, y por supuesto tampoco entiendo por qué no nos podemos sentir parte de un grupo más grande, al que claramente también pertenecemos, que es el de todos los seres vivos.


Y cuando digo que no entiendo no quiero decir que no se me ocurran razones que expliquen esta realidad o que nunca me haya sentido así (empecé diciendo que me sentí amenazada en South Williamsburg). Cuando digo que no entiendo, quiero decir que esa forma en que reaccionamos ante las diferencias me parece tan absurda como la necesidad de diferenciarnos para seguir siendo iguales.


Es verdad que me sentí amenazada, pero en realidad no lo estaba. Seguí caminando tranquilamente por mi camino. Haciendo esta reflexión, puedo escoger ver mis miedos y replantear mis creencias sobre lo desconocido. Escojo entonces respetar las diferencias y tratar de no juzgar. Escojo ver a los que en apariencia son distintos como si fueran parte de mi familia, pues en realidad lo son.


En fin, tal vez, el día que entendamos que en realidad somos un solo grupo, solo es día, dejaremos de competir, de pelear y de contaminar.


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