Un año después ¿quién soy?
Hace un año volví. Ya he pasado más tiempo de vuelta que el que estuve en India. Y así como lo escribí alguna vez, me sigue sorprendiendo lo relativo que es el paso del tiempo. Aun cuando tal vez este año haya pasado dentro mí más de lo que pasó en los 32 anteriores sumados, dado que percibimos el tiempo al ritmo de los eventos externos, muchas veces pienso que no ha pasado nada.
Ultimamente me he estado preguntando si en lugar de haber hecho un cambio en mi vida, simplemente he seguido el mismo patrón. El patrón de la que se adelanta a las etapas que tiene que vivir y sigue corriendo sin darse cuenta.
No sé si estaré siguiendo un mismo patrón, pero lo que sí sé, es que nunca me había visto como me veo hoy. Es más, tal vez nunca me había visto. Es difícil verse. Verse por fuera de lo que hacemos para “ganarnos la vida”, verse por fuera de los roles que jugamos (hija, mamá, amiga, esposa, estudiante, viajera, profesional). ¿Quién hay detrás de esas casillas con las que nos definimos?
Esa tal vez ha sido la gran pregunta que he estado tratando de resolver el último año, pues tengo que confesar que antes no me la había hecho. He pasado por muchas fases: no hacer, para descubrir que mi valor no está determinado por lo que hago; fluir, para confirmar que no tengo control sobre lo que pasa por fuera de mí; contemplar, para ver cuán ciegos estamos creyendo que la felicidad es lo que tenemos; y dialogar, para retar mis propios pensamientos y aprender de los demás.
Una de las frases que me quedó grabada en India fue la de Gandhi que decía: la felicidad es cuando lo que pensamos, lo que decimos y lo que hacemos, son lo mismo. Aunque la frase suene bonita, creo que desde esta cultura occidental corremos el riesgo de cumplir ese mandamiento sin habernos preguntado primero qué queremos pensar, decir y hacer. Vamos corriendo por la vida como locos para primero hacer o decir y después pensar. Y ni siquiera pensamos bien. Pensamos lo que creemos que los demás quieren que pensemos. Pensamos en la superficie. No nos pensamos. No nos vemos. Y eso es precisamente lo que yo he intentado romper. Pero tengo que confesar que ha sido tal vez una de las cosas más difíciles que he hecho, porque como me dijo una gran amiga: “tu eres una mujer de hacer”.
¿Qué quiere decir eso? Que si no hago, ¿no existo? ¿no soy yo? Ese pensamiento me persiguió durante meses y tengo que decir que es posible que germinaran algunas semillas de depresión en mi interior. Pues ¿cómo no asustarse al darse cuenta que todo a lo que le había dado valor carecía totalmente de sentido?
Mil pensamientos y preguntas han pasado por mi mente en este año y debo reconocer que, lastimosamente, aún no creo que tenga resuelta la pregunta de quién soy. Dicen que somos seres en constante transformación y por lo tanto no somos algo y punto. Aunque suena sensato, todavía me resulta difícil de entender y aterrizar.
Voy a tratar entonces de hacerme una pregunta más fácil: ¿quién no soy? O mejor aún: ¿qué no soy? Creo que sí sé qué no soy. No soy lo que tengo. No soy el cargo que ocupo. No soy el rol que juego. No soy mi cuerpo. No soy la ropa que me pongo. No soy la hija de mis papás, ni la exnovia de mis exnovios.
Ahora que lo pienso, definiendo qué no soy, creo que puedo decir qué sí soy: soy lo que pienso; soy lo que digo; soy lo que siento; soy lo que decido para mí y lo que quiero para los demás. Esto, entiendo, es lo que está en constante evolución, pues a diferencia de lo que pasa afuera, hoy estoy convencida de que sí podemos decidir cómo pensamos, qué decimos, cómo manejamos lo que sentimos y qué queremos para los demás. Entonces, ¿serán entonces esas decisiones, lo que somos?
Ese pensamiento me reconforta. Me hace sentir dueña de mi propio ser. Si soy el resultado de mis decisiones y soy consciente de eso, soy libre. Y tal vez esa sea mi búsqueda, la de la libertad. En fin, eso tal vez será tema para otro día. Por ahora, desde Colombia, andarse se ha convertido en ANDAR SER. Abrazos.