Mi paso por el Budismo
Llegué a Kopan sin expectativas y con una idea poco clara de lo que es el budismo. Solo sabía que estaría en un monasterio sin celular entre clases y meditación. Después de instalarme salí a dar una vuelta y entré a la Gompa, un lugar muy colorido con estatuas doradas de Buda y otros Lamas, donde pasaría la mayoría del tiempo.
En la Gompa, un monje me sonrió, me dio la bienvenida y me dijo que cerca de 90 personas estarían en el curso. El número me sorprendió. Resultó ser que hay más gente en el mundo medio loca como yo, que renunció al trabajo y se fue de viaje por el mundo. De esos, muchos coincidimos en Kopan, tratando de encontrar respuestas que nos hagan más felices. Tratando de entender cómo vivir, en vez de sobrevivir.
Aunque el budismo es claramente una religión y eso puede generar resistencia para los escépticos, hay que reconocer que va mucho más allá. El budismo es sobre todo psicología y filosofía, pues aunque tiene respuestas sobre lo que pasa después de la muerte, se dedica principalmente a cultivar sabiduría en los seres humanos, desafiando a aquellos que creen que la ignorancia va de la mano de la felicidad.
Uno pensaría que un monasterio es un refugio del mundo y del sistema, y eso es cierto, pero estar en un grupo tan grande con gente de todo el mundo no solo lo enfrenta a uno con los otros 90 similares, sino también con uno mismo, y bajo una gran lupa. Ahora que lo pienso, creo que esa puede ser mi definición del budismo: una lupa. Una lupa para mirar el detalle de lo que pensamos, de lo que sentimos, de lo que decimos y de lo que hacemos. Porque pasamos mucho tiempo analizando a los demás y muy poco a nosotros mismos.
Eso exactamente me pasó en esta semana. Sin darme cuenta, empecé frustrada por el tamaño del grupo, las constantes interrupciones, las preguntas que no tenían sentido para mí, etc, etc. Pero con el pasar de los días, y para no extenderme mucho más, terminé encontrando un lugar de compasión que se me había perdido. Compasión por mí misma y compasión por los demás. Y ojo, que compasión no es lástima, sino más bien empatía y comprensión. Es un lugar con menos juicios y prejuicios.
Como era de esperarse, terminamos el curso prendiendo velas y cantando un mantra: Om Mani Padme Hum. Y aunque parezca cursi, charro, o la palabra que le quieran poner, la verdad es que en ese momento sentí por primera vez en muchos años, un verdadero lugar de paz en mi corazón. Otra vez parecía una loca porque mientras la gente a mi alrededor lloraba, yo sonreía y tenía que contenerme para no lanzar una carcajada de felicidad. Mi sonrisa terminó contagiando a muchos y entendí que la mayoría de las veces, sonreír desde el corazón es lo mejor que podemos hacer por nosotros mismos y por los demás.
Termina entonces otro pedacito de este andar. Con el corazón limpio, vacío de rabia, de juicios y de angustias, pero lleno de emoción y con la firme convicción que es mejor vivir que sobrevivir.